jueves, 4 de octubre de 2012

LA PROTESTA ANTINUCLEAR, PELIGRO Y PROLIFERACIÓN:


Características de las armas nucleares
Las bombas atómicas, o de fisión, se basan en una reacción en cadena autosostenida en una masa de uranio o plutonio que origina la liberación de una enorme cantidad de energía en un espacio de tiempo muy corto. El diseño y construcción de una bomba atómica es muy complejo, pero en la actualidad está ampliamente aceptado que un físico nuclear competente puede obtener toda la información necesaria de la literatura científica publicada, de fácil acceso. La mayor parte de las armas nucleares actuales son científicamente más avanzadas y pertenecen a la segunda generación de bombas de hidrógeno o termonucleares. Estas armas aprovechan la explosión de fisión para crear la energía suficiente como para que tenga lugar el proceso de fusión del hidrógeno. Entonces se produce un enorme desprendimiento de energía, mucho mayor que en una bomba atómica. Desde el punto de vista teórico no hay límite para la magnitud de una explosión termonuclear.
Desde el momento en que la tecnología nuclear se utilizó en 1945 y se conocieron sus resultados, se ha considerado de forma general, aunque no unánime, que no son armas en el sentido tradicional, esto es, que otorguen una ventaja militar viable a sus poseedores. Cuando se comprendió que el uso de las armas nucleares amenazaba con aniquilar no sólo a los beligerantes, sino destruir y contaminar gran parte de la superficie de la Tierra, se llegó a pensar que el desarrollo de estas armas había alcanzado finalmente los límites de proporcionalidad y utilidad.
Un arma nuclear implica un vector o sistema de transporte, además de la bomba o cabeza explosiva. El primer vector fue el bombardero estratégico. A medida que la Guerra fría progresaba, fue desarrollándose una amplia variedad de vectores: misiles de diversos alcances disparados desde el aire, tierra y mar, artillería de campaña, cargas de profundidad lanzadas desde barcos y minas terrestres. La tecnología de las armas nucleares se encuentra en la actualidad tan extendida que hoy pueden ser transportadas en el portaequipajes de un simple automóvil. Además, su potencia explosiva se ha incrementado dramáticamente: las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki tenían una carga explosiva de unos 13 kilotones (equivalentes a 13.000 toneladas de trinitrotolueno, TNT); por su parte, la potencia de algunos misiles teledirigidos estadounidenses o soviéticos llega a alcanzar 1,5 megatones o 1.500.000 toneladas de TNT. En 1962, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) hizo explotar una bomba termonuclear con una potencia de 58 megatones. Las armas nucleares, además, han ido haciéndose extremadamente precisas: el `error circular probable' de un misil MX estadounidense es de 100 m exactamente: esto quiere decir que hay un 50% de probabilidades de que un misil de 11.000 kilómetros de alcance deje caer su cabeza explosiva con un error de 100 m respecto de su objetivo.
Efectos de las armas nucleares
Los primeros efectos de una explosión nuclear son: una onda muy brillante que desprende enorme calor y radiación térmica y una inmensa ráfaga de aire, originándose incendios y una vasta destrucción; también se desprenden una serie de pulsos electromagnéticos (EMP) que, sin dañar a los seres humanos o a los edificios, anulan los sistemas de comunicación. La radiación nuclear, extremadamente dañina para todas las formas de vida, adopta la forma de radiación directa en el momento de la explosión y de la lluvia radiactiva, esto es, del polvo y restos succionados e irradiados durante la explosión que caen de nuevo a la tierra. Es posible diseñar armas que aumenten ambos efectos. Las armas pensadas para ser utilizadas contra las unidades militares producirán una alta cantidad de EMP con el fin de neutralizar la red de comunicaciones militares. El tipo mejor conocido es la llamada bomba de neutrones o bomba radiactiva con efectos explosivos reducidos. Esta bomba aumenta al máximo la radiación letal directa para matar las tripulaciones de los carros de combate, pero reduce al mínimo los efectos de la explosión sobre el material bélico o edificios.
Principales potencias nucleares
Estados Unidos tuvo el monopolio de las bombas atómicas desde 1945 hasta la primera prueba nuclear soviética en 1949. También fue el primer país en probar una bomba termonuclear en 1952, y la Unión Soviética siguió su ejemplo un año más tarde. En 1957, los soviéticos lanzaron el satélite Sputnik a la órbita terrestre, provocando el temor estadounidense a rezagarse en el terreno de la industria aeroespacial. Ambos países desarrollaron una carrera para fabricar bombarderos, misiles y otros sistemas de transporte de cabezas nucleares. A finales de la Guerra fría, cada uno tenía aproximadamente 10.000 cabezas nucleares estratégicas (intercontinentales) y muchísimas más cabezas subestratégicas (de corto y medio alcance). Además de los dos ya citados, los países que reconocen tener un arsenal nuclear son Gran Bretaña, China y Francia; otros estados, como Israel y la República de Suráfrica, se considera de forma unánime que poseen armas nucleares; en tanto que hay otros países que parecen estar en el umbral nuclear, es decir, que son capaces de desarrollar un programa armamentístico nuclear: este es el caso de Irán, Corea del Norte, India y Pakistán. El desmantelamiento del programa de armas nucleares iraquí después de la guerra del Golfo Pérsico reveló que Irak estaba asimismo en camino de desarrollar ingenios nucleares.
El Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT)
La proliferación o difusión de las armas nucleares se ha desarrollado de dos formas: vertical y horizontal. La proliferación vertical supone la expansión y desarrollo de los arsenales ya existentes y se regula por un acuerdo de control de armas entre los poseedores. La prevención de la proliferación horizontal es el objeto de la política de no proliferación nuclear, la cual presenta diversos elementos, como controles de la exportación nacional y multilateral, organismos de inspección y verificación, prohibición de pruebas nucleares y, más recientemente, el intento de vetar en adelante la producción de material que permita la fisión nuclear.
La clave para esta política es el Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT) firmado en 1968. En esencia, el NPT es un pacto por el que los estados sin armas nucleares se comprometen a renunciar a la investigación relativa a este armamento y al desarrollo y adquisición de estas armas, a cambio del acceso a la tecnología nuclear para uso civil. Entre los países no signatarios, sin embargo, se encuentran Israel, India y Pakistán: tres países, casi con toda certeza, poseedores de armas nucleares y que han mantenido diversas guerras en la historia reciente. El intento norcoreano de abandonar el NPT en 1993, para evitar abrir sus instalaciones nucleares a la inspección de la Agencia de la Energía Atómica Internacional, provocó la amenaza de un ataque preventivo sobre estas instalaciones por bombarderos estadounidenses. El NPT, que en la actualidad es aceptado por unos 170 países, fue objeto en 1995 de una gran conferencia internacional para tratar sobre la expiración oficial del Tratado en mayo de ese año. Las grandes potencias poseedoras de armas nucleares y con presencia permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aseguraron la continuidad indefinida de la vigencia del NPT (entre otros acuerdos alcanzados) al permitir acciones de represalias consensuadas contra cualquier culpable de ataque nuclear o de amenazas contra un país firmante del NPT.
Muchos estados critican el NPT por discriminatorio y exigen que las potencias nucleares hagan más esfuerzos para cumplir su parte del acuerdo, trabajando conscientemente para alcanzar el desarme nuclear y la prohibición completa de las pruebas nucleares. La política de no proliferación se enfrenta con otra serie de retos: existe una dificultad básica para distinguir entre el uso civil y militar de la tecnología nuclear y parece cada vez más difícil controlar el tráfico de componentes y materiales básicos. Además, en diversas partes del mundo aparece cada vez más erosionada la concepción de las armas nucleares como armas no aceptables en conflictos bélicos, y no parece que sea descartable la posibilidad de que una organización terrorista pueda con el paso del tiempo adquirir y utilizar armas nucleares.

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